Las enseñanzas de la Reina Kunti
<< Introducción >>

La célebre y heroica figura de la reina Kuntī emerge de una explosiva era en la historia de la India antigua. Como se relata en el Mahābhārata, el gran poema épico de la India que consta de ciento diez mil versos, Kuntī era la esposa del rey Pāṇḍu, y la madre de cinco ilustres hijos, conocidos como los Pāṇḍavas. Como tal, fue una de las figuras centrales de un complejo drama político que hace cincuenta siglos culminó en la guerra de Kurukṣetra, una devastadora guerra por el trono, que cambió el curso de los eventos del mundo. El Mahābhārata describe el preludio del holocausto de la siguiente manera:

Pāṇḍu fue coronado porque su hermano mayor, Dhṛtarāṣṭra, había nacido ciego, condición que lo excluía de la sucesión directa. Algún tiempo después de que Pāṇḍu ascendiera al trono, Dhṛtarāṣṭra se casó con Gāndhārī y engendró cien hijos, que formaron la familia gobernante de la dinastía Kaurava, siendo el mayor de ellos el ambicioso y cruel Duryodhana.

Mientras tanto, Pāṇḍu se había casado con Mādrī y Kuntī. Originalmente llamada Pṛthā, Kuntī era la hija de Śūrasena, el jefe de la gloriosa dinastía Yadu. El Mahābhārata relata que Kuntī “estaba dotada de belleza y carácter, se regocijaba en la ley [dharma] y era grandiosa en sus votos”. Además, poseía una bendición poco común. Cuando niña, su padre, Śūrasena, la había dado en carácter de adopción a su primo y cercano amigo Kuntibhoja (de ahí el nombre de “Kuntī”), el cual no tenía hijos. En la casa de su padre adoptivo, Kuntī tenía la tarea de velar por el bienestar de los invitados. Un día, el poderoso sabio y místico Durvāsā fue allí y se sintió complacido con el desinteresado servicio de Kuntī. Previendo que ella tendría dificultades en tener hijos, Durvāsā le dio la bendición de poder invocar a cualquier semidiós y a través de é1 tener descendencia.

Después de que Kuntī se casara con Pāṇḍu, éste fue objeto de una maldición que le impedía engendrar hijos, por lo cual renunció al trono y se retiró con sus esposas al bosque. Allí, la bendición especial que Kuntī poseía le permitió concebir —a pedido de su esposo— tres gloriosos hijos. Primero, ella invocó a Dharma, el semidiós de la religión. Después de adorarlo y repetir una invocación que Durvāsā le había enseñado, se unió con Dharma y, a su debido tiempo, dio a luz a un niño. En cuanto el niño nació, una voz de procedencia desconocida, dijo: “Este niño se llamará Yudhiṣṭhira, y será muy virtuoso. Será espléndido, decidido, renunciado y famoso por todos los tres mundos”.

Habiendo sido bendecido con este virtuoso hijo, Pāṇḍu pidió entonces a Kuntī un hijo que poseyera gran fuerza física. Así pues, Kuntī invocó a Vāyu, el semidiós del viento, el cual engendró al poderoso Bhīma. Al Bhīma nacer, la voz sobrenatural dijo: “Este niño será el más sobresaliente de todos los hombres fuertes”.

Más adelante, Pāṇḍu consultó con grandes sabios del bosque, y luego pidió a Kuntī que observara votos de austeridad durante todo un año. Al cabo de ese período, Pāṇḍu dijo a Kuntī: “¡Oh, beldad!, Indra, el rey del cielo, está complacido contigo, así que invócalo y concibe un hijo”. Kuntī invocó entonces a Indra, quien vino a ella y engendró a Arjuna. Tan pronto como el príncipe nació, la misma voz celestial resonó por todo el firmamento: “¡Oh, Kuntī!, este niño será tan fuerte como Kārtavīrya y Śibi [dos poderosos reyes de los tiempos védicos], y tan invencible en la batalla como el propio Indra. Él propagará tu fama por todas partes y adquirirá muchas armas divinas”. Posteriormente, Mādrī, la esposa menor de Pāṇḍu, dio a luz a dos hijos, llamados Nakula y Sahadeva. Estos cinco hijos de Pāṇḍu (Yudhiṣṭhira, Bhīma, Arjuna, Nakula y Sahadeva) llegaron luego a ser conocidos como los Pāṇḍavas.

Ahora bien, como Pāṇḍu se había retirado del trono e ido al bosque, Dhṛtarāṣṭra había asumido temporalmente la dirección del reino, hasta que Yudhiṣṭhira, el hijo mayor de Pāṇḍu, tuviera la edad indicada. Sin embargo, mucho antes de ese momento, Pāṇḍu murió como resultado de la maldición, y Mādrī también dio su vida, entrando con él en la pira funeraria. Eso dejó a los cinco Pāṇḍavas bajo el cuidado de la reina Kuntī.

Después de la muerte de Pāṇḍu, los sabios que vivían en el bosque llevaron a los cinco jóvenes príncipes y a Kuntī a la corte Kaurava, con sede en Hastināpura (cerca de la actual ciudad de Delhi). En Hastināpura, la ciudad capital del reino, los cinco niños fueron criados al estilo real, bajo la guía de Dhṛtarāṣṭra y el noble Vidura, el medio hermano de Pāṇḍu.

Pero la transferencia de poder no habría de ocurrir sin inconvenientes. Aunque Dhṛtarāṣṭra había reconocido al principio la primogenitura de Yudhiṣṭhira, más adelante se dejó usar por Duryodhana, su hijo mayor, que estaba sediento de poder y deseaba ascender al trono en lugar de Yudhiṣṭhira. Arrastrado por una envidia incontrolable, Duryodhana intrigó en contra de los Pāṇḍavas, y con la aprobación vacilante del débil Dhṛtarāṣṭra, les infligió muchos sufrimientos. En Hastināpura, atentó varias veces contra sus vidas, y más tarde los llevó a un palacio en las afueras y trató de asesinarlos prendiéndole fuego. Durante todo ese tiempo, los cinco jóvenes Pāṇḍavas estaban acompañados por su valiente madre, Kuntī, quien sufrió en compañía de sus amados hijos las atrocidades de Duryodhana.

No obstante, de una manera milagrosa, Kuntī y los Pāṇḍavas repetidamente escapaban de la muerte, pues se hallaban bajo la amorosa protección del Señor Kṛṣṇa, el cual se había encarnado para realizar sus pasatiempos terrenales. Finalmente, Duryodhana, un astuto político, a base de engaños quitó a los Pāṇḍavas su reino (y su libertad) en una apuesta. Como resultado de esa apuesta, los Kauravas insultaron a Draupadī, la esposa de los Pāṇḍavas, y obligaron a éstos a pasar trece años de exilio en el bosque, para gran pesar de Kuntī.

Cuando los trece años de exilio terminaron, los Pāṇḍavas regresaron a Hastināpura a recobrar su reino. Pero Duryodhana rehusó abiertamente entregarlo. Posteriormente, después de algunos infructuosos intentos de sofocar las hostilidades, Yudhiṣṭhira envió al propio Kṛṣṇa a procurar la devolución del reino Pāṇḍava por medios pacíficos. Pero hasta este esfuerzo falló —por lo obstinado de Duryodhana—, y ambos bandos se dispusieron para una batalla. Para poner a Yudhiṣṭhira en el trono —o para oponerse a él— grandes guerreros de todos los rincones de la Tierra se reunieron, preparándose así todo para lo que resultaría ser una devastadora guerra mundial.

Una fiera lucha hizo estragos en la histórica llanura de Kurukṣetra (cerca de Hastināpura) durante dieciocho días, al cabo de la cual, de los muchos millones de guerreros, todos, a excepción de un puñado, habían muerto. Únicamente el Señor Kṛṣṇa, los Pāṇḍavas y unos cuantos más, sobrevivieron a la masacre. Los Kauravas (Duryodhana y sus hermanos) fueron arrasados. En un desesperado gesto de venganza, Aśvatthāmā, uno de los Kauravas sobrevivientes, asesinó de un modo despiadado a los cinco hijos de Draupadī mientras se hallaban durmiendo. La reina Kuntī sufrió así el golpe final: la pérdida de sus nietos.

Arrestado y arrastrado hasta el campamento de los Pāṇḍavas como un animal atado, Avatthāmā fue dejado en libertad sólo por la asombrosa compasión de Draupadī, la madre de los niños asesinados y nuera de Kuntī, pues ella imploró que le perdonaran la vida. Pero el desvergonzado Aśvatthāmā aún hizo el intento de matar al último heredero de los Pāṇḍavas, el venidero nieto de éstos que se hallaba en el vientre de Uttarā, intento que realizó lanzando el brahmāstra, el arma suprema. Cuando Uttarā vio el misil que iba volando directamente hacia ella, de inmediato corrió a refugiarse en el Señor Kṛṣṇa, quien estaba a punto de partir para Dvārakā, Su majestuosa ciudad capital. Kṛṣṇa protegió de la muerte inminente a los Pāṇḍavas y a Kuntī, la madre de éstos, al detener con Su propio disco Sudarana el incontrolable calor y la radiación del arma.

El Señor Kṛṣṇa, habiendo salvado a los Pāṇḍavas de esta última calamidad y viendo que todos Sus planes se habían cumplido, de nuevo se disponía a partir. Por años, Duryodhana había atormentado a la familia de la reina Kuntī, pero Kṛṣṇa los había protegido a cada paso... y ahora Él Se iba. Kuntī estaba sobrecogida, y oró a Kṛṣṇa desde lo más íntimo de su corazón.

Kuntī era la tía del Señor Kṛṣṇa (Él Se había encarnado como hijo de Vasudeva, hermano de Kuntī), mas, a pesar de ese nexo convencional que la unía al Señor, ella comprendía enteramente Su excelsa y divina identidad. Ella sabía muy bien que Él había descendido de Su morada en el mundo espiritual para liberar la Tierra de fuerzas militares demoníacas y restablecer la rectitud. Justo antes de la gran guerra, Kṛṣṇa había revelado todo eso a Arjuna, el hijo de Kuntī, en palabras que se inmortalizaron en el Bhagavad-gītā (4.7–8):

Cuando quiera y dondequiera que disminuya la práctica religiosa, ¡oh, descendiente de Bharata!, y aumente la irreligion de forma predominante, en ese momento, desciendo personalmente. Para liberar a los piadosos y aniquilar a los malvados, así como para restablecer los principios de la religión, Yo mismo desciendo milenio tras milenio.

Kṛṣṇa había logrado Su propósito de “aniquilar a los infieles”, al orquestar la destrucción de los impíos Kauravas. Luego, instaló a Yudhiṣṭhira en el trono para establecer el reino Pāṇḍava, y consoló a los familiares de los guerreros muertos. La escena de la inminente partida del Señor sirve de marco a las excelsas oraciones de la reina Kuntī.

Cuando Kuntī se acercó a la cuadriga del Señor y comenzó a hablarle, su objetivo inmediato era el de persuadirlo de que se quedara en Hastināpura y protegiera de represalias al gobierno Pāṇḍava:

¡Oh, mi Señor!... ¿nos dejas hoy, pese a que estamos dependiendo por completo de Tu misericordia y no tenemos a nadie más que nos proteja, ahora que todos los reyes están enemistados con nosotros? (Śrīmad-Bhāgavatam 1.8.37)

Esta súplica no nos debe llevar a concluir equivocadamente que las oraciones de Kuntī tenían por objeto su propia conveniencia. Aunque sus sufrimientos fueron mucho mayores que los que cualquier persona ordinaria pudiera soportar, ella no pide alivio. Por el contrario, ora pidiendo sufrir aún más, pues concluye que su sufrimiento hará que aumente su devoción por el Señor y le conferirá la liberación final:

Mi querido Kṛṣṇa, Vuestra Señoría nos ha protegido del pastel envenenado, de un gran fuego, de caníbales, de la asamblea viciosa, de los sufrimientos habidos durante nuestro exilio en el bosque, y de la batalla en la que lucharon grandes generales... Yo quiero que todas esas calamidades ocurran una y otra vez, de modo que podamos verte una y otra vez, pues verte a Ti significa que ya no veremos más los reiterados nacimientos y muertes. (Śrīmad-Bhāgavatam 1.8.24–25)

Las palabras de Kuntī —las sencillas e iluminadoras expresiones del alma de una eminente y santa devota— revelan tanto las más profundas y trascendentales emociones del corazón, como los más profundos discernimientos filosóficos y teológicos del intelecto. Sus palabras son de glorificación, impulsadas por un amor divino impregnado de sabiduría:

¡Oh, Señor de Madhu!, así como el Ganges fluye siempre hacia el mar sin obstáculos, que mi atracción se dirija constantemente hacia Ti, sin que se desvíe hacia nadie más.(Śrīmad-Bhāgavatam 1.8.42)

La espontánea glorificación que Kuntī hace del Señor Kṛṣṇa y la descripción que ella hace del sendero espiritual se inmortalizaron en el Mahābhārata y el Bhāgavata Purāṇa (el Śrīmad-Bhāgavatam), y sabios y filóso-fos las han recitado, rezado y cantado por miles de años.

Según aparecen en el Primer Canto del Bhāgavatam, las célebres oraciones de la reina Kuntī están constituidas por sólo veintiséis versos (Versos 18 a 43 del Capítulo Octavo), mas aun así se las considera una obra maestra de filosofía, teología y literatura. El presente libro (Las enseñanzas místicas de la reina Kuntī) lo integran esos inspirados versos y el iluminador comentario de Su Divina Gracia A. C. Bhaktivedanta Swami Prabhupāda, el fundador ācārya de la Asociación Internacional para la Conciencia de Krisna (ISKCON) y el líder espiritual y erudito védico de más renombre en nuestra época. Además de ese comentario (escrito originalmente en 1962), Las enseñanzas místicas de la reina Kuntī contiene explicaciones adicionales que Śrīla Prabhupāda dio posteriormente en una absorbente serie de conferencias. En esas charlas memorables, dictadas en la primavera de 1973 en la sede mundial de ISKCON, en Occidente, en Los Ángeles, él analizó los versos con mayores y significativos detalles, y los aclaró aún más. Esta nueva publicación del Bhaktivedanta Book Trust, terminada con siete láminas a color de exquisitos óleos originales, será una valiosa adición a las bibliotecas de todos aquellos que buscan tener una mayor comprensión de los misterios de la vida. Escrita por un hombre de profunda devoción y erudición, proveerá al lector de una guía firme en la senda universal que conduce a la sabiduría genuina y a la iluminación espiritual.

—Los Editores

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