 | Cuando supo que su hijo había muerto por causas desconocidas, el rey Citraketu perdió casi la vista. Avivada por el gran afecto que sentía por el niño, su lamentación crecía como un fuego ardiente; en el camino hacia dónde estaba el cadáver, resbalaba y caía al suelo una y otra vez. Rodeado por sus ministros y funcionarios, así como por los brāhmaṇas eruditos allí presentes, el rey se acercó al niño y cayó inconsciente a sus pies, con los cabellos y vestidos sueltos. Cuando volvió en sí, respiraba pesadamente, tenía los ojos llenos de lágrimas, y no podía hablar.
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