 | La sirvienta se acercó al niño, que estaba acostado, y vio que tenía los ojos en blanco. Como no daba señales de vida y todos sus sentidos estaban inactivos, comprendió que estaba muerto. Al darse cuenta, inmediatamente gritó: «¡Ay de mí!, ¡estoy perdida!», y cayó al suelo.
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