 | El rey Uttānapāda, ansioso por ver el rostro del hijo que había perdido, montó en una cuadriga tirada por magníficos caballos y adornada con filigrana de oro. Llevando consigo a muchos brāhmaṇas eruditos, a las personas mayores de su familia, a sus oficiales, ministros y amigos más allegados, salió de la ciudad sin perder un instante. Al paso del desfile se escuchaban auspiciosos sonidos de caracolas, timbales, flautas, y el canto de mantras védicos que indicaban toda buena fortuna.
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