Volver a nacer
4. Tres historias de reencarnación
<< II Una víctima del afecto >>

«Tal como una persona se pone nuevos vestidos, desechando los viejos, el alma recibe cada vez un nuevo cuerpo material, desechando el viejo e inútil».
Bhagavad-gītā 2.22

En el siglo primero antes de Cristo, el poeta romano Ovidio escribió estos versos, describiendo el destino de un infortunado que por sus actos y deseos, cayó varios grados en la escalera evolutiva:

Me averguenza decírtelo, pero te lo diré:
Yo estaba cubierto de cerdas;
No podía hablar, sólamente gruṣidos
Emitía en vez de palabras.
Un día sentí que mi boca se hacía más dura.
Tenía yo un hocico en vez de nariz,
Y andaba con la cabeza gacha mirando al suelo.
Mi cuello era grueso, con grandes músculos,
Y esta mano, que ahora alza la copa hasta mis labios,
Dejaba huellas de pisadas en el suelo.
—Metamorfosis

El Śrīmad-Bhāgavatam, compuesto varios miles de aṣos antes del tiempo de Ovidio, contiene el siguiente extraordinario relato, que revela dramáticamente los principios que rigen la reencarnación: El grande y piadoso monarca de la India, el rey Bharata, a causa de su extremado apego a un ciervo, tuvo que vivir toda una vida en un cuerpo de venado, antes de recuperar la forma humana.

El rey Bharata era un sabio y experimentado mahārāja, de quien se podría haber pensado que gobernaría durante siglos. Pero estando en el cenit de la vida, renunció a todo —su reina, familia, y vasto imperio— y se marchó a la floresta. Haciéndolo así, seguía el consejo de los grandes sabios de la antigua India, quienes recomiendan que se dedique la última parte de la vida a alcanzar la conciencia del verdadero yo.

El rey Bharata sabía que su posición de gran monarca no era permanente; por eso no trató de conservar el trono real hasta la muerte. Finalmente, incluso el cuerpo de un rey se transforma en polvo, ceniza, o alimento de gusanos y otras sabandijas. Pero dentro del cuerpo se halla el alma imperecedera, el verdadero yo. Mediante el proceso del yoga, el yo puede hacerse consciente de su real identidad espiritual. Cuando esto ocurre, el alma no necesita volver a entrar en la prisión de un cuerpo material.

Comprendiendo que el propósito esencial de la vida es emanciparse del ciclo de la reencarnación, el rey Bharata viajó a un lugar sagrado de peregrinaje llamado Pulaha-aśrama, en las estribaciones de los Himalayas. Allí vivió sólo en la floresta, junto al río Gaṇḍakī. En vez de sus vestiduras reales, ahora llevaba un tosco vestido de piel de ciervo. Su cabello y barba, largos y enmaraṣados, estaban siempre húmedos, porque se baṣaba tres veces al día, en el río.

Cada maṣana Bharata adoraba al Seṣor Supremo cantando los himnos del Ṛg Veda y, al salir el sol, recitaba el siguiente mantra: "El Seṣor Supremo mora en la bondad pura. Él ilumina todo el universo; mediante Sus diferentes potencias, mantiene a todos los seres que buscan el goce material, y concede toda suerte de bendiciones a Sus devotos."

Se alimentaba de frutas y raíces; obedeciendo las instrucciones de las escrituras védicas, antes de comer el sencillo alimento, lo ofrecía a Śrī Kṛṣṇa, la Suprema Personalidad de Dios. Aunque había sido un gran rey, rodeado de todas las opulencias mundanas, ahora, a fuerza de austeridades, todos sus deseos de goce material se desvanecieron. Así se emancipó del apego que nos esclaviza al ciclo de nacimientos y muertes.

Meditando constantemente en la Personalidad de Dios, Bharata comenzó a experimentar síntomas de éxtasis espiritual. Su corazón era comparable a un lago rebosante de amor extático, y, cuando su mente se baṣaba en ese lago, lágrimas de felicidad fluían de sus ojos.

En cierta ocasión, mientras Bharata meditaba junto al río, una cierva vino allí a beber. Cuando estaba bebiendo, un león rugió estrepitosamente en la floresta cercana. La cierva estaba embarazada, y, al dar un gran salto y echar a correr asustada, un feto cayó de su vientre en las rápidas aguas. La cierva, temblando de pavor y debilitada por el violento parto prematuro, penetró en una caverna donde pronto murió.

Al ver que al cervatillo se lo llevaba el río, Bharata sintió gran compasión. Lo rescató del agua y, sabiendo que carecía de madre, lo llevó a su āśrama. Las diferencias corporales carecen de significado para un docto espiritualista; siendo Bharata un ser consciente del yo real, veía a todos los seres con ecuanimidad, comprendiendo que tanto el alma como la Superalma (el Seṣor Supremo) están presentes dentro del cuerpo de cada cual. Diariamente alimentaba al cervatillo con pasto tierno, y procuraba que estuviese confortable. Pronto comenzó a desarrollarse en él un gran apego por el animalito; lo acostaba junto a sí, caminaba con él, se baṣaba con él, y hasta comía con él. Cuando iba a la floresta por fruta, flores y raíces comestibles, lo llevaba consigo, temeroso de que, si lo dejara solo, sería muerto por los perros, chacales y tigres. Sentía gran placer viendo al cervato brincar y retozar como si fuese un niṣo. A veces lo transportaba en hombros. Su corazón estaba tan lleno de amor por el cervato, que lo mantenía en su regazo durante el día y, cuando dormía, el cervato reposaba sobre su pecho. Estaba constantemente acariciándolo, y a veces hasta lo besaba. Así fue como su corazón se apegó al venadito, con afecto.

Habiéndose aficionado a cuidar del ciervo, Bharata gradualmente descuidó meditar en el Seṣor Supremo. Así se distrajo del sendero de la conciencia del verdadero yo, que es la suprema meta de la vida humana. Los Vedas nos recuerdan que la forma humana se obtiene, después de haber el alma pasado por millones de nacimientos en las especies inferiores de vida. Este mundo material a veces se compara a un océano de nacimientos y muertes, y el cuerpo humano se equipara a un sólido barco, destinado a cruzar este océano. Las escrituras védicas y los instructores santos —los maestros espirituales— son como expertos barqueros, y las cualidades del cuerpo humano son equiparables a las brisas, que ayudan al barco a navegar suavemente hacia su destino. Si, a pesar de todas estas ventajas, una persona no utiliza plenamente su vida, para hacerse consciente del yo real, comete un suicidio espiritual y se arriesga a que su próximo nacimiento ocurra en un cuerpo animal.

Sin embargo, aunque Bharata sabía todo esto, se decía a sí mismo: "Puesto que este venado se ha refugiado en mí, ¿cómo voy a descuidarlo? Aunque está perturbando mi vida espiritual, no me es lícito ignorarlo. Descuidar a un ser inerme, que ha buscado refugio en mí, sería una gran falta."

Un día, mientras meditaba, Bharata comenzó, como de costumbre a distraerse pensando en el ciervo en vez de pensar en el Señor. Interrumpiendo la concentración, miró en torno suyo para saber dónde estaba y, al no verlo, su mente se agitó, cual se agita la de un avaro que pierde dinero. Se levantó y buscó en torno al āśrama, sin encontrarlo.

Bharata pensó: "¿Cuándo regresará? ¿Estará a salvo de los tigres y otros animales? ¿Cuándo volveré a verlo vagando en mi jardín, comiendo los tiernos pastos?"

Como el día pasaba y el ciervo no aparecía, se sintió lleno de angustia. "Mi ciervo, ¿habrá sido devorado por un lobo o un perro? ¿Habrá sido atacado por un hato de jabalíes o por un tigre solitario? El sol se está poniendo y el pobre animal, que ha confiado en mí desde que murió su madre, aún no ha regresado."

Recordaba cómo jugaba el ciervo con él, tocándolo con las puntas de sus suaves cuernos ensortijados. Recordaba cómo a veces lo rechazaba, fingiendo estar molesto por haber venido a perturbarle la adoración o la meditación, y cómo entonces el venado se atemorizaba y se sentaba inmóvil a cierta distancia.

"Mi ciervo es igual a un principito; ¿cuándo regresará? ¿Cuándo volverá y pacificará mi corazón herido?"

Ya incapaz de dominarse, Bharata marchó en su busca, siguiendo a la luz de la luna las diminutas huellas de sus pies. Enloquecido, pensaba en voz alta: "Esta criatura me es tan querida que me siento ahora como si hubiese perdido un hijo. La ardiente fiebre de la aṣoranza, me hace sentirme como si estuviese en medio de un bosque en llamas. Mi corazón está siendo devorado por la congoja."

Buscando angustiado en los peligrosos senderos de la floresta, repentinamente cayó, hiriéndose mortalmente. Tumbado allí, a punto de morir, vio a su querido ciervo, que había aparecido de súbito y estaba sentado a su lado, mirándolo cual si fuese un hijo amante. Así, en el momento de morir, la mente del rey estuvo por completo concentrada en el venado. Por el Bhagavad-gītā sabemos: "Cualquier estado de existencia que uno recuerde al dejar el cuerpo, ese estado alcanzará, indefectiblemente."

El rey Bharata se transforma en un ciervo

En la vida siguiente el rey Bharata nació en el cuerpo de un ciervo. Casi nadie es capaz de recordar sus vidas pasadas; pero, por el progreso espiritual del rey en la encarnación previa, podía, aún estando en el cuerpo de un animal, comprender por qué había nacido en tal cuerpo. Se lamentaba: "¡Cuán estúpido he sido! He caído fuera del sendero de la conciencia del alma. Abandonando a mi familia y mi reino, me marché a un solitario lugar sagrado en la floresta, a meditar, contemplando permanentemente al Seṣor del universo. Pero, por necedad, dejé que mi mente se apegara — ¡es el colmo!— a un ciervo. Y ahora he recibido precisamente esa clase de cuerpo. Nadie tiene la culpa, sino yo mismo."

Sin embargo, incluso siendo un ciervo, Bharata, que había aprendido una valiosa lección, fue capaz de continuar progresando en la conciencia del alma. Se desapegó de todos los deseos materiales. No se interesaba en comer pastos suculentos, ni pensaba en cuánto crecerían sus astas. Se apartó de la compañía de todos los ciervos, tanto machos como hembras, y abandonó a su madre en las montañas Kālaṣjara, donde él había nacido. Regresó al Pulaha-āśrama, el mismo lugar donde había practicado la meditación en su vida anterior. Pero esta vez fue cuidadoso en no olvidar a la Suprema Personalidad de Dios. Permaneciendo cerca de las ermitas de los grandes santos y sabios, y evitando todo contacto con los materialistas, vivió muy simplemente, comiendo sólo hojas duras, secas. Cuando llegó el tiempo de morir y Bharata estaba abandonando el cuerpo, oró así, fervorosamente: "La Suprema Personalidad de Dios es la fuente de todo conocimiento, el controlador de la creación entera, la Superalma en el corazón de todo ser viviente. Dios es hermoso y atractivo. Al abandonar este cuerpo, me postro ante Él, y espero que me permitirá dedicarme eternamente a Su amoroso servicio trascendental."

La vida de Jaḍa Bharata

En la siguiente encarnación, el rey Bharata nació en la familia de un puro y santo sacerdote brāhmana, y recibió el nombre de Jaḍa Bharata. Por la misericordia del Seṣor, podía nuevamente recordar sus vidas pasadas. En el Bhagavad-gītā, Śrī Kṛṣṇa dice: "De Mi proceden el recuerdo, el conocimiento, y el olvido." Al crecer, Jaḍa Bharata se tornó temeroso de sus amigos y familiares, porque eran muy materialistas y no se interesaban en hacer progreso espiritual. El niño vivía en constante ansiedad, temiendo que por la influencia de ellos podría recaer a la vida animal. Por eso, aunque era muy inteligente, se comportaba como un demente. Fingía ser un idiota, ciego, y sordo, para que los mundanos no le hablasen. Pero en su interior estaba siempre pensando en el Seṣor, y cantando Sus glorias, que es lo único que a uno puede salvarlo de los repetidos nacimientos y muertes.

El padre de Jaḍa Bharata sentía un gran afecto por su hijo, y en su corazón albergaba la esperanza de que éste llegara algún día a ser un sabio erudito. Por eso se esforzaba en enseṣarle las complejidades del conocimiento védico. Pero Jaḍa Bharata, de propósito, se comportaba como un idiota, para que su padre cesase en sus esfuerzos de instruirlo. Si éste le decía que hiciese algo, hacía exactamente lo contrario. Sin embargo, el padre, hasta que murió, siempre trató de instruir al niño.

Los nueve hermanastros de Jaḍa Bharata lo consideraban idiota e insensato, y cuando su padre murió, nadie intentó educarlo. No comprendían ellos el grado de avance espiritual de Jaḍa Bharata. Este nunca protestaba de los malos tratos, porque estaba completamente emancipado del concepto corporal de la vida. Cualquier alimento que se le ofreciera, lo aceptaba y lo comía, ya fuese abundante o escaso, agradable o desagradable. Puesto que permanecía en una plena conciencia espiritual, no lo perturbaban las dualidades materiales, tales como el frío o el calor. Su cuerpo era tan fuerte como un toro, con miembros muy musculosos. Ni los fríos invernales, ni los calores caniculares, ni el viento, ni la lluvia, lo perturbaban. Su cuerpo, permanentemente sucio, ocultaba su conocimiento y refulgencia espirituales, semejantes a gemas cubiertas de suciedad y mugre. Cada día la gente ordinaria lo insultaba y descuidaba, considerándolo nada más que un inútil idiota.

Aunque sus hermanos lo hacían trabajar como un esclavo en el campo, la única remuneración que le daban eran cortas raciones de alimentos casi incomibles. Pero ni las tareas más simples era capaz de realizar satisfactoriamente, porque no sabía dónde extender el estiércol, ni dónde allanar la tierra. Por alimento, sus hermanos le daban arroz partido, salvado de arroz, borujo, granos comidos de gusanos, y granos quemados del fondo de las ollas; Jaḍa Bharata aceptaba contento todo esto como si fuese néctar, y nunca se enfadaba. Presentaba así los síntomas de un alma perfectamente consciente del verdadero yo.

En cierta ocasión, el jefe de una banda de ladrones y asesinos acudió al templo de la diosa Bhadrakālī, para ofrecer en sacrificio un idiota que parecía un animal. En ninguna parte de los Vedas se menciona tal suerte de sacrificio, inventado por los bandidos para obtener riquezas. Sus planes se vieron frustrados, sin embargo, cuando el idiota que había de ser sacrificado escapó; el jefe de los bandidos envió entonces a sus secuaces tras él. Buscando por los campos y florestas en la oscuridad de la noche, los bandidos llegaron a un arrozal, donde vieron a Jaḍa Bharata, sentado en lo alto de un montículo, guardando el campo del ataque de los jabalíes. Los bandidos pensaron que él sería una ofrenda perfecta. Brillándoles de felicidad los ojos, lo ataron con fuertes cuerdas y lo llevaron al templo de la diosa Kālī. Jaḍa Bharata, confiando plenamente en la protección del Seṣor Supremo, no protestaba. Hay una canción de un famoso maestro espiritual que dice así: "Mi Seṣor, me he rendido a Tí. Soy Tu sirviente eterno y si quieres puedes matarme, o si quieres puedes protegerme. Sea como sea, me he rendido completamente a Tí".

Los bandidos lo bañaron, lo vistieron con ropas de seda, y lo decoraron con abalorios y collares de flores. Lo agasajaron con una última cena suntuosa, y luego lo llevaron ante la diosa, a la que adoraron con canciones y plegarias. Lo forzaron a sentarse ante la deidad. Entonces uno de los bandidos, haciendo de gran sacerdote, alzó una espada, afilada como una navaja de afeitar, para degollarlo y ofrecer como licor su sangre caliente.

Pero la diosa no toleró eso. Comprendió que los bandidos estaban a punto de matar a un gran devoto del Señor. Repentinamente la deidad estalló y la diosa misma apareció, ardiendo como un fuego de una refulgencia intensa, insoportable. Enfurecida, miraba con ojos llameantes, y mostraba sus feroces dientes curvados. Sus ojos, de color carmesí, destellaban, y parecía estar preparándose para destruir todo el cosmos. Saltando con violencia desde el altar, rápidamente decapitó a todos los bandidos y ladrones con la misma espada con la que pretendían matar al santo Jaḍa Bharata.

Jaḍa Bharata instruye al rey Rahūgaṇa

Habiéndose escapado del templo de Kālī, Jaḍa Bharata caminó sin rumbo, manteniéndose alejado de la gente ordinaria, materialista.

Un día, cuando el rey Rahūgaṇa, de Sauvīra, visitaba el distrito en un palanquín llevado a hombros por varios sirvientes, los hombres, fatigados, comenzaron a desfallecer. Dándose cuenta de que necesitarían la ayuda de un porteador más para cruzar el río Ikumatī, los sirvientes del rey buscaron uno. Pronto descubrieron a Jaḍa Bharata, quien les pareció muy adecuado, porque, a la vez que muy joven era fuerte como un buey. Pero, debido a que consideraba hermanos a todas las criaturas, no podía realizar muy bien la tarea. Al caminar se detenía a cada momento, para asegurarse de que no pisaba ninguna hormiga. Conforme a las sutiles, pero precisas leyes de la reencarnación, todas las entidades vivientes tienen que permanecer, durante cierto tiempo, en un cuerpo particular, antes de ser promovidas a una forma más elevada. Cuando un animal perece prematuramente, siendo muerto, el alma tiene que retornar a esa misma especie, a completar la tarea en ese tipo de cuerpo. Por eso los Vedas insisten en que se debe evitar matar por capricho a un ser viviente.

Ignorando la causa del transtorno, el rey Rahūgaṇa gritaba: "¿Qué ocurre? ¿No podéis transportarme como es debido? ¿Por qué el palanquín se sacude así?"

A las amenazadoras voces del rey, los asustados sirvientes replicaron que la perturbación la causaba Jaḍa Bharata. El rey lo reprendió entonces sarcásticamente, acusándolo de ser un porteador débil, macilento, y envejecido. Pero Jaḍa Bharata, comprendiendo su propia identidad espiritual, sabía que él no era el cuerpo. Comprendía que no era corpulento ni mediano ni flaco, y que no tenía nada que ver con la masa de carne y huesos de su cuerpo. Sabía que era un alma espiritual eterna aposentada dentro del cuerpo, comparable a un conductor dentro de un automóvil. Por eso permanecía indiferente a las agudas críticas del rey. Incluso si éste hubiese ordenado que lo mataran, no le habría importado, porque sabía que el alma es eterna y jamás puede ser muerta. Así lo asevera Śrī Kṛṣṇa en el Gītā: "El alma no muere si el cuerpo es destruído."

Jaḍa Bharata permanecía silencioso y continuaba transportando el palanquín como antes; pero el rey, incapaz de dominar su mal humor, le gritó: "¡Bribón!, ¿Qué estás haciendo? ¿No sabes que soy tu amo? ¡Te castigaré por desobedecerme!"

"Mi querido rey —replicó Jaḍa Bharata—, todo lo que has dicho de mí es verdad. Pareces creer que no me he esforzado bastante en transportar tu palanquín. Pues es verdad, ¡porque de ninguna manera lo he transportado! Mi cuerpo lo está transportando; pero yo no soy mi cuerpo. Me acusas de no ser muy fuerte ni robusto, lo cual simplemente revela tu ignorancia del alma espiritual. El cuerpo puede ser gordo o flaco, fuerte o débil; pero ningún hombre docto diría tales cosas del verdadero yo interno. En cuanto a mi alma, no es robusta ni débil; por lo tanto, estás en lo cierto cuando dices que yo no soy muy fuerte."

Jaḍa Bharata entonces instruyó al rey diciéndole: "Piensas que eres seṣor y amo, y por eso tratas de mandarme; pero esto es también incorrecto, porque tales posiciones son efímeras. Hoy eres tú el rey y yo tu sirviente, pero en nuestras vidas venideras nuestras posiciones pueden ser las inversas; podrá acontecer que tú seas mi sirviente y yo tu amo."

Tal como las olas del mar hacen que las briznas de paja se junten y luego se separen, la fuerza del tiempo eterno hace que las entidades vivientes se junten una relación temporal, tal como la de amo y sirviente, y luego se separen y ordenen de diferente manera.

"Sea como fuere —continuó Jaḍa Bharata—, ¿quién es el amo y quién el sirviente? Las leyes de la naturaleza material fuerzan a todos a actuar. Por eso nadie es el amo y nadie es el sirviente."

Los Vedas explican que los seres humanos, en este mundo material, son como actores en un escenario, actuando bajo la dirección de un superior. En las tablas, un actor puede desempeṣar el papel de amo, y otro el de su sirviente; pero en realidad ambos son sirvientes del director. De igual manera, todos los seres son sirvientes del Seṣor Supremo, Śrī Kṛṣṇa. Las funciones de amo y sirviente en el mundo material, son temporales e imaginarias.

Tras explicar todo esto al rey Rahūgaṇa, le dijo: "Si todavía piensas que eres el amo y yo el sirviente, lo aceptaré. Ordéname. ¿Qué puede hacer por tí?"

El rey Rahūgaṇa, que había sido entrenado en la ciencia espiritual, quedó atónito al escuchar las enseṣanzas de Jaḍa Bharata. Reconociendo en él a un santo, descendió rápidamente del palanquín. El concepto material de ser un gran monarca se le había desvanecido; se postró humildemente en tierra, con el cuerpo extendido, en seṣal de respeto, y la cabeza a los pies del santo.

"¡Oh, persona santa! ¿Por qué vagas por el mundo de incógnito? ¿Quién eres? ¿Dónde vives? ¿Por qué has venido a este lugar? ¡Oh, maestro espiritual! Estoy ciego al verdadero conocimiento. Te suplico que me enseñes a avanzar en la vida espiritual".

La conducta del rey Rahūgaṇa fué ejemplar. Los Vedas declaran que todos, incluso los reyes, deben acercarse a un maestro espiritual, para obtener el conocimiento del alma y del proceso de la reencarnación.

Jaḍa Bharata replicó: "Porque la mente está llena de deseos materiales, la entidad viviente toma diferentes cuerpos en este mundo, para gozar los placeres y sufrir los dolores de la actividad material."

Cuando de noche uno sueṣa, la mente crea muchas situaciones de gozo y de sufrimiento. Un hombre puede soṣar que está relacionado con una hermosa mujer; pero este gozo es ilusorio. Puede también soṣar que está siendo alcanzado por un tigre; pero la angustia que experimenta es también irreal. De la misma manera, la felicidad y el sufrimiento materiales son meras creaciones de la mente, basadas en la identificación con el cuerpo y las posesiones materiales. Cuando uno despierta a su conciencia espiritual original, ve que no tiene ninguna relación con estas cosas. Esto se logra concentrando la mente, durante la meditación, en el Señor Supremo.

Quien no fija constantemente el pensamiento en el Seṣor Supremo, ni le rinde servicio, tiene que soportar el ciclo de nacimientos y muertes, descrito por Jaḍa Bharata.

"La condición de la mente provoca el nacimiento en diferentes tipos de cuerpos —dijo Jaḍa Bharata—. Tales cuerpos pueden pertenecer a muchas diferentes especies, porque si uno usa la mente en comprender el conocimiento espiritual, obtiene un cuerpo más elevado, y si la usa únicamente para el logro del placer material, recibe un cuerpo más bajo."

Jaḍa Bharata comparó la mente a la llama de una lámpara. "Cuando la mecha arde mal, la lámpara se ennegrece de hollín. Pero cuando está llena de mantequilla clarificada y la mecha arde bien, la lámpara ilumina brillantemente. El pensamiento absorto en la vida material, acarrea el sufrimiento sin término en el ciclo de la reencarnación. Pero cuando la mente se usa para cultivar el conocimiento espiritual, resplandece con el brillo original del espíritu."

Jaḍa Bharata aconsejó luego al rey: "Mientras uno se identifique con el cuerpo físico, deberá vagar por los universos ilimitados, en diferentes especies de vida. Por eso, la mente descontrolada es el mayor de todos los enemigos del ser viviente.

"Mi querido rey Rahūgaṇa, en tanto el alma condicionada reciba un cuerpo físico y no se emancipe de la contaminación del goce material, y en tanto que no conquiste sus propios sentidos y mente, y llegue al plano de la conciencia del yo real, despertando al conocimiento espiritual, estará forzada a vagar por diferentes lugares y en diferentes formas en este mundo material."

Jaḍa Bharata entonces reveló sus propias vidas pasadas: "En un nacimiento anterior, fui conocido como el rey Bharata. Alcancé la perfección desapegándome por completo de las actividades materiales. Estaba totalmente entregado al servicio del Seṣor; pero aflojando el control de la mente me apegué tanto a un cervato, que descuidé los deberes espirituales. Al momento de morir, sólo pude pensar en el venado, de modo que en la vida siguiente tuve que recibir un cuerpo de ciervo."

Jaḍa Bharata concluyó sus enseṣanzas informando al rey que, quienes desean emanciparse del ciclo de la reencarnación, deben relacionarse siempre con devotos conscientes del verdadero yo y del Seṣor. ánicamente relacionándose con exaltados devotos, puede uno alcanzar la perfección del conocimiento y deshacer los ilusorios vínculos de este mundo material.

A menos que uno tenga la oportunidad de vincularse a los devotos del Seṣor, nunca podrá entender lo más esencial de la vida espiritual. La Verdad Absoluta se revela únicamente a quien ha recibido la misericordia de un gran devoto; en las reuniones de los devotos puros no se discuten asuntos mundanos, tales como la política o la sociología. En una asamblea de devotos puros, se habla únicamente de las cualidades, las formas y los pasatiempos de la Suprema Personalidad de Dios, alabándola y venerándola plenamente. Éste es el sencillo secreto de cómo se puede revivir la dormida conciencia espiritual, poner fin para siempre al implacable ciclo de la reencarnación, y retornar a la vida de la eterna dicha en el mundo del espíritu.

Habiendo recibido las instrucciones del gran devoto Jaḍa Bharata, el rey Rahūgaṇa se hizo plenamente consciente de la posición esencial del alma y desechó por completo el concepto corporal de la vida, que encadena a las almas puras al interminable ciclo de los nacimientos y muertes en el mundo material.


NOTAS

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