Volver a nacer
4. Tres historias de reencarnación
<< I. El príncipe con un millón de madres >>

«»Algunos consideran que el alma es asombrosa, otros la describen como asombrosa y otros más oyen hablar de ella como algo asombroso, mientras que hay otros que incluso después de oír hablar de ella, no logran comprenderla en absoluto.
Bhagavad-gītā 2.29

"El nacimiento es tan sólo un sueṣo y un olvido", escribe el poeta británico William Wordsworth en su famoso libro Intimations of Immortality (Vislumbres de la inmortalidad). En otro de sus poemas, dedica las siguientes líneas a un bebé:

Oh dulce recién llegado a la cambiante tierra,
Si, como audazmente lo han adivinado algunos clarividentes
Ya tuviste antes un nacimiento y cuerpo humanos,
Y fuiste bendecido con padres humanos,
Mucho, mucho antes tu madre de ahora te oprimió
A tí, inerme extranjero, contra su pecho te alimentó.


En la siguiente narración histórica, tomada del Śrīmad-Bhāgavatam, el hijo del rey Citraketu revela sus nacimientos previos, e instruye al rey y la reina en la naturaleza imperecedera del alma y la ciencia de la reencarnación.

El rey Citraketu tenía muchas esposas, y aunque fértil, no había engendrado hijos en ninguna de ellas, porque todas sus bellas esposas eran estériles.

Un día, el gran sabio Aṅgirā visitó el palacio de Citraketu. El rey al verlo se levantó del trono y, conforme a la costumbre védica, le presentó sus respetos.

"¡Oh, rey Citraketu! Puedo ver que tu mente está perturbada. La palidez de tu rostro refleja una profunda amargura. ¿No has logrado tus propósitos?", le preguntó el sabio.

Siendo un gran clarividente, Aṅgirā conocía la causa del sufrimiento del rey; pero tenía sus razones, para interrogarlo como si no supiese.

El rey respondió: "¡Oh, Aṅgirā! Gracias a las grandes penitencias y austeridades realizadas, has adquirido el conocimiento completo. Puedes comprenderlo todo, ya sea externo o interno, acerca de nosotros las almas encarnadas. ¡Oh, gran alma! Todo lo sabes; sin embargo me preguntas por qué estoy triste. Te responderé si me lo permites. Así como un collar de flores no puede satisfacer a un hambriento, tampoco mi vasto imperio e incalculables riquezas pueden satisfacerme, porque carezco de la verdadera riqueza del hombre: Carezco de un hijo. ¿No puedes ayudarme a ser verdaderamente feliz, determinando que yo tenga uno?"

Aṅgirā, que era muy misericordioso, accedió a ayudar al rey. Realizó un sacrificio especial a los semidioses, y ofreció los remanentes del alimento del sacrificio a las más perfecta de las reinas de Citraketu, Kṛtadyuti. "¡Oh, gran rey! Tendrás ahora un hijo que será causa de júbilo y de lamentación", dijo Aṅgirā. Y desapareció sin esperar la respuesta del rey.

Citraketu se sintió colmado de felicidad al saber que finalmente tendría un hijo; pero se preguntaba por el significado de las últimas palabras del sabio.

"Aṅgirā sin duda ha querido decir que seré muy feliz cuando mi hijo nazca. Lo cual es verdad. Pero, ¿qué significa que el niṣo será causa de lamentación? Por supuesto, mi único hijo será el heredero forzoso del trono y el reino. Por lo tanto, es probable que se haga orgulloso y desobediente. Esto podría ser motivo de lamentación. Pero tener un hijo desobediente es mejor que no tener hijo."

A su debido tiempo, Kṛtadyuti quedó encinta, y tuvo un hijo. Al escuchar la noticia, todos los habitantes del reino se regocijaron. El rey Citraketu estaba radiante de alegría.

Según el rey cuidaba de su hijito, su afecto por la reina Kṛtadyuti aumentaba, día a día, y gradualmente perdía el afecto por sus esposas estériles. Estas se lamentaban sin cesar de su suerte, porque a una esposa sin hijos el marido la descuida en el hogar, y las esposas fértiles la tratan como a una sirvienta. Las reinas estériles ardían de ira y envidia. Con el crecer de la envidia, perdieron la inteligencia, y sus corazones se hicieron duros como rocas. Se reunieron secretamente, y decidieron que había sólo una solución a su problema, una sola manera de recuperar el amor del rey: Envenenando al niṣo.

Una tarde, cuando la reina Kṛtadyuti se paseaba por el patio de palacio, pensó en su hijo que dormía apaciblemente en su aposento. Puesto que amaba entraṣablemente al niṣo, y apenas podía sufrir estar sin él un momento, ordenó a la niṣera que fuese a despertarlo de la siesta y lo trajese al jardín.

Mas, cuando la sirvienta se aproximó al niṣo, vió que tenía los ojos vueltos hacia arriba, y que no mostraba signos de vida. Horrorizada, puso un copo de algodón bajo las narices del niṣo, y vió que el algodón no se movía. Gritó entonces: "¡Estoy perdida!", y se desplomó. Presa de una gran angustia, se golpeaba el pecho con los puṣos y lloraba a gritos.

Como la sirvienta no regresaba, la reina se aproximó al aposento del niṣo. Al escuchar los gemidos de la niṣera, entró ansiosa y vió que su hijo se había marchado de este mundo. Profiriendo un gran lamento, con el cabello y los vestidos en desorden, la reina se desplomó inconsciente.

Cuando al rey le anunciaron la muerte de su hijo, casi enloqueció de dolor. Estalló en lamentos y corrió a ver al niṣo muerto, tropezando y cayendo en el trayecto. Rodeado de los ministros y cortesanos, entró en el aposento del niṣo y se desmayó a los pies de éste, con los cabellos y vestidos en total desorden. Cuando recuperó la conciencia, respiraba pesadamente, tenía los ojos baṣados en lágrimas, y no podía hablar.

Al ver a su marido sumido en la desesperación por su hijo muerto, la reina comenzó a maldecir al Seṣor Supremo. Esto incrementó la congoja en los corazones de todos los residentes del palacio. Los collares de flores de la reina cayeron de su cuerpo, y su suave cabello negro azabache se enmaraṣó. Las lágrimas manchaban el cosmético debajo de sus ojos.

"¡Oh, Providencia! En vida del padre, has causado la muerte de su hijo. Ciertamente eres enemigo de los seres vivientes, y careces de toda misericordia." Volviéndose hacia el niṣo amado, dijo: "Mi querido hijo, estoy desamparada y herida. No debes separarte de mí. ¿Cómo puedes abandonarme? ¡Mira cómo se lamenta tu padre! Ya has dormido demasiado. Ahora, te lo suplico, levántate. Tus amiguitos te llaman a jugar. Debes de tener hambre; levántate pues, inmediatamente, y toma tu comida. Mi querido hijo, soy terriblemente desdichada, porque ya no puedo ver tu dulce sonrisa. Has cerrado para siempre los ojos. Has sido elevado desde este planeta a otro lugar, desde el cual no retornarás. Mi querido hijo, no pudiendo escuchar tu voz amada, no podré sobrevivir."

El rey lloraba ruidosamente. Viendo a la madre y al padre lamentarse, todos se les unieron llorando la prematura muerte del niṣo. A causa de la súbita tragedia, los ciudadanos del reino se sentían abrumados de dolor.

Cuando el gran sabio Aṅgirā comprendió que el rey estaba casi muriendo, sumido en un océano de pesar, se dirigió al palacio con su amigo el santo Nārada.

Los dos sabios encontraron al rey, agobiado por la pena, tumbado como muerto junto al cadáver del niṣo. Aṅgirā se dirigió a él con dureza: "¡Despierta de la oscuridad de la ignorancia! ¡Oh, rey! ¿Qué relación tiene contigo ese cadáver, y qué relación tienes tú con él? Aunque puedes decir que ahora estáis relacionados como padre e hijo, ¿crees que esta relación existía antes de que él naciera? ¿Existe verdaderamente ahora? ¿Continuará existiendo cuando él ha muerto? ¡Oh, rey! Tal como las pequeṣas partículas de arena a veces se juntan y a veces se separan, movidas por la fuerza de las olas del océano, las almas albergadas en cuerpos materiales a veces se juntan y a veces se separan, movidas por la fuerza del tiempo." Aṅgirā deseaba que el rey comprendiese que todas las relaciones corporales son efímeras.

"Mi querido rey —continuó el sabio—, cuando vine anteriormente a tu palacio, podría haberte obsequiado el mayor de los dones, el del conocimiento espiritual; mas al ver que tu mente estaba absorta en las cosas materiales, únicamente te obsequié un hijo, que te causó felicidad y lamentaciones. Ahora estás experimentando las miserias de quienes tienen hijos. Los bienes visibles, tales como la mujer, los hijos, y la propiedad, no son más que sueṣos. Por lo tanto, ¡oh, rey Citraketu!, trata de comprender quién eres verdaderamente. Considera de dónde vienes, adónde irás cuando abandones este cuerpo, y por qué estás bajo el dominio del sufrimiento material."

Entonces Nārada Muni hizo algo maravilloso. Mediante un misterioso poder, trajo el alma del fallecido hijo del rey a la vista de todos. El aposento se inundó de una brillantez deslumbrante, y el niṣo muerto comenzó a moverse. Nārada dijo: "¡Oh, entidad viviente! Te deseo toda suerte de felicidad. Mira a tu padre y madre. Todos tus amigos y familiares están abrumados de pesar por tu muerte. Sin embargo, debido a que moriste prematuramente, todavía dispones de lo que te quedaba por vivir. En consecuencia, puedes volver a entrar en tu cuerpo, y gozar de los restantes aṣos que te fueron concedidos en él, junto a tus amigos y familiares, y más tarde podrás recibir el trono real y todas las opulencias de tu padre."

Gracias al poder sobrenatural de Nārada, el alma había retornado al cuerpo muerto. El niṣo, resucitado, se sentó y comenzó a hablar, no con una inteligencia infantil, sino con el pleno conocimiento de un alma liberada: "Conforme a los resultados de mis actividades materiales, yo, el alma, transmigro de un cuerpo a otro, a veces yendo a las especies de los semidioses, a veces a las especies de los animales inferiores, a veces encarnando en los vegetales, y apareciendo a veces en la especie humana. ¿En cuál de mis nacimientos fueron mis padres esta mujer y este hombre? En realidad nadie es mi padre ni mi madre. He tenido millones de supuestos padres. ¿Cómo puedo admitir que estas dos personas son mis padres?"

Los Vedas enseṣan que el alma eterna entra en un cuerpo hecho de elementos materiales. Aquí vemos que un alma entró en un cuerpo, producido éste por el rey Citraketu y su esposa. Mas en realidad no era hijo de ellos. El alma es un hijo eterno de la Suprema Personalidad de Dios; pero, debido a que ella desea gozar de este mundo material, Dios le permite entrar en variados cuerpos. No obstante, el alma pura no tiene una verdadera relación con el cuerpo material que obtiene de los padres. En consecuencia el alma en el cuerpo del hijo de Citraketu, terminantemente negó que el rey y la reina fuesen sus padres.

El alma continuó: "En este mundo material, que es como un rápido río, todos llegan a ser, sucesivamente, amigos, familiares, y enemigos, con el correr del tiempo. También actúan como seres neutrales, y en muchas otras variedades de relación. Pero en ninguna de tan diversas situaciones se mantiene una relación permanente."

Citraketu se lamentaba por su hijo, ahora muerto; pero bien podría haber considerado la situación de otra manera: "Esta entidad viviente—podría haber pensado— era mi enemigo en mi última vida, y ahora, después de haber encarnado como hijo mío, se ha marchado prematuramente, tan sólo para producirme dolor y agonía." ¿Por qué no habría el rey de considerar que su hijo muerto era quizás un antiguo enemigo y, en vez de lamentarlo, mostrarse aliviado por su muerte?

El alma en el cuerpo del niṣo dijo: "Tal como el oro y otros bienes están contínuamente transfiriéndose de un lugar a otro, a consecuencia de la compraventa, también el alma, a consecuencia del karma vaga por el universo, siendo inyectada sucesivamente en la matriz de diferentes especies de vida, por el semen de un nuevo padre cada vez."

Según lo explica el Bhagavad-gītā, no es la actuación de los padres la que determina que nazca el ser viviente. La verdadera identidad de éste es por completo independiente de aquellos que se consideran su padre y su madre. La ley de la naturaleza fuerza al alma a entrar en el semen del padre y ser inyectada en la matriz de la madre. El alma no puede determinar directamente la clase de padres que tendrá; eso depende por entero de sus actividades en las vidas previas. Las leyes del karma le obligan a ir a diferentes padres y madres, tal como si fuese un objeto de compraventa.

El alma a veces se cobija en unos padres animales, y otras en padres humanos. A veces recibe unos padres que son aves, y otras unos que son semidioses de los planetas celestiales.

Según el alma transmigra a diferentes cuerpos, cada uno de éstos, cualquiera que sea la forma de vida — humana, vegetal, o de semidiós—, tiene un padre y una madre. Estos no son muy difíciles de obtener. Lo verdaderamente difícil de obtener es un padre espiritual, es decir, un maestro espiritual fidedigno. En consecuencia, el deber del ser humano es buscar tal maestro espiritual; porque, bajo su guía, uno puede liberarse del ciclo de la reencarnación, y retornar a su hogar de origen en el mundo espiritual.

"El alma es eterna —continuó el niṣo—, y no tiene una relación permanente con sus supuestos padres. Erróneamente admite que es el hijo de ellos, y los ama en consecuencia. Con la muerte, sin embargo, la relación se termina. Siendo así, es inadecuado lamentarse o regocijarse. El alma es eterna, imperecedera; no ha tenido principio ni tendrá fin; no ha nacido ni morirá. El alma es igual, en calidad, al Seṣor Supremo. Ambos son personalidades espirituales. Pero, debido a su pequeṣez, el alma es propensa a sentirse fascinada por la energía material, y a crearse cuerpos apropiados a sus diferentes deseos y actividades."

Los Vedas nos enseṣan que el alma es la responsable de sus vidas en el mundo material, donde queda atrapada en el ciclo de la reencarnación recibiendo un cuerpo material tras otro. Si así lo quisiere, podrá permanecer sufriendo en la prisión de la existencia física, o retornar a su hogar originario en el mundo espiritual. Aunque Dios, mediante la energía material, les da los cuerpos que desean, en verdad el Seṣor quiere que las almas materialmente condicionadas salgan del remolino punitivo que es la existencia física, y retornen al hogar, a Dios.

Repentinamente, el niño quedó en silencio; el alma pura se marchó, y el cuerpo se desplomó sin vida. Citraketu y todos estaban atónitos. Rotos los grilletes del afecto, cesaron de lamentarse. Luego realizaron las ceremonias funerarias, e incineraron el cadáver. Las otras esposas del rey, que habían envenenado al niṣo, estaban muy avergonzadas. Lamentándose y recordando las instrucciones de Aṅgirā, deseo de tener hijos. Obedeciendo las instrucciones de los sacerdotes brāhmaṇas, acudían diariamente a las orillas del río Yamunā, a bañarse y orar para expiar así sus pecados.

Habiéndose hecho plenamente conscientes del conocimiento espiritual, que incluye la ciencia de la reencarnación, el rey Citraketu y su esposa, la reina Kṛtadyuti, fácilmente se liberaron del afecto, que es causa de dolor, temor, angustia e ilusión. Aunque el apego por el cuerpo es muy difícil de aniquilar, pudieron vencerlo muy fácilmente, cercenándolo con la espada del conocimiento espiritual.


NOTAS

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