Volver a nacer

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«¿Se te ha ocurrido pensar que la transmigración es, al mismo tiempo, una explicación y una justificación del mal del mundo? Si los males que sufrimos son el resultado de los pecados cometidos en nuestras vidas pasadas, podremos llevarlos con resignación y con la esperanza de que, si en ésta nos esforzamos tras la virtud, nuestras vidas futuras serán menos aflictivas».
—W. Somerset Maugham

El filo de la navaja

Dos niños nacen al mismo tiempo. Los padres del primero son ricos, educados con esmero, y han esperado ansiosos la llegada del primogénito. El hijo es inteligente, sano y atractivo, con un futuro pleno de promesas. Seguramente el destino le sonreirá.

El segundo niño entra en un mundo completamente diferente; nace de una madre que fue abandonada cuando quedó embarazada. Siendo pobre, ella siente poco entusiasmo en cuidar de su débil retoño. A éste el camino a recorrer se le presenta plagado de dificultades y asperezas, que no serán fáciles de vencer.

Éste mundo está lleno de flagrantes desigualdades similares a éstas, que frecuentemente suscitan preguntas: "¿Cómo puede la Providencia ser tan injusta? ¿Qué mal han hecho Jorge y María para que su hijo haya nacido ciego? Ellos son buenas personas. ¡Qué cruel es Dios!"

Los principios de la reencarnación, sin embargo, nos permiten considerar la vida desde una perspectiva mucho más amplia: la perspectiva de la eternidad. Desde este punto de vista, una vida no se ve como el comienzo de nuestra existencia, sino sólo como una instantánea en el tiempo, y podemos comprender que una persona piadosa, que sufre mucho, quizá esté cosechando los efectos de actuaciones impías en vidas pasadas. Con esta visión más amplia de la justicia universal, podemos ver que cada alma es la única responsable de su propio karma.

Nuestras acciones son comparables a semillas. Las realizamos, o plantamos, y, con el correr del tiempo, gradualmente fructifican, provocando las reacciones consiguientes. Tales reacciones pueden producir ora sufrimiento, ora gozo al ser viviente, y éste puede responder mejorando de carácter o, por el contrario, haciéndose más bestial. En ambos casos, las leyes de la reencarnación operan con imparcialidad, otorgando a cada ser el destino que se ha ganado por sus acciones previas.

Un criminal elige la prisión al transgredir deliberadamente la ley; en cambio otro hombre puede ser nombrado miembro de la Corte Suprema debido a un excelente servicio. De igual manera, el alma elige su propio destino, que incluye una específica forma corporal, basado en sus deseos y acciones pasadas y presentes. Nadie puede, sin mentir, lamentarse diciendo: "¡Yo no he pedido nacer!" En el conjunto de los repetidos nacimientos y muertes en este mundo material, "el hombre propone y Dios dispone".

Tal como una persona elige libremente un automóvil según sus necesidades personales y capacidad de pago, somos nosotros mismos quienes determinamos, mediante nuestros deseos y acciones, qué clase de cuerpo nos porporcionará la naturaleza material después de la muerte. Si esta valiosa forma de vida humana, que está hecha únicamente para alcanzar la conciencia del verdadero yo, algún alma la malgasta ocupándola sólo en las actividades animales del comer, dormir, copularse, y defenderse, Dios permitirá que tal alma sea después colocada en una especie en la cual goce de las mayores facilidades para obtener esos placeres sensoriales, sin sufrir las perturbadoras inhibiciones y responsabilidades que se dan en la forma humana.

Por ejemplo, un glotón que se solaza en engullir cantidades de variados alimentos, puede recibir de la naturaleza el cuerpo de un cerdo o una cabra, lo que le permitirá refocilarse comiendo basuras y desperdicios indiscriminadamente.

Este amplio sistema de recompensa y castigo puede parecer chocante al comienzo; pero es perfectamente equitativo, y compatible con la concepción de que Dios es un ser supremamente compasivo. Para que el ser viviente pueda disfrutar de la satisfacción sensorial que ansía, necesita de un cuerpo apropiado. La naturaleza, colocándolo en el cuerpo que apetece, da completa satisfacción a los deseos individuales.

Otra idea falsa, contestada por la clara lógica de la reencarnación, concierne al dogma religioso de que todo depende de lo que hagamos en el lapso de una sola vida, y que, si vivimos viciosa o inmoralmente, seremos castigados con la condenación eterna en las más oscuras regiones del infierno, sin esperanza alguna de emancipación. Comprensiblemente, a las personas sensitivas, conscientes de Dios, les parece que tal sistema de justicia final es más demoníaco que divino. ¿Será posible que, aunque el hombre pueda mostrarse misericordioso, Dios sea incapaz de tal sentimiento? Esta doctrina muestra a Dios como si fuese un padre despiadado, que permite que sus hijos se extravíen, para luego contemplar cómo reciben un castigo y tormento sin fin.

Tales irracionales enseñanzas ignoran el eterno lazo de amor existente entre Dios y sus íntimas expansiones, los seres vivientes. Por definición —"Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza"—, Dios debe poseer todas las cualidades, en el más alto grado de perfección. Una de estas cualidades es la misericordia. La noción de que, después de una breve vida, un ser humano puede ser condenado a sufrir eternamente en el infierno, es incompatible con el concepto de un Ser Supremo infinitamente misericordioso. Cualquier padre dará a su hijo más de una oportunidad para perfeccionarse.

La literatura védica glorifica la naturaleza magnánima de Dios. Kṛṣṇa es misericordioso, incluso con aquellos que abiertamente lo menosprecian, ya que Él está situado dentro del corazón de cada ser, dándole la oportunidad de que realice sus sueṣos y ambiciones. En verdad, la misericordia del Seṣor es ilimitada; Kṛṣṇa es infinitamente misericordioso. Y Su misericordia es también inmerecida. Aunque por culpa de nuestras actividades pecadoras no lo merezcamos, el Seṣor ama de tal manera a todos y cada uno de los seres vivientes, que repetidamente nos da la oportunidad de emanciparnos del ciclo de los nacimiento y muerte.

Kuntīdevī, una gran devota de Kṛṣṇa, se dirige al Seṣor diciéndole: "Sois el controlador supremo, sin principio ni fin, y concedes por igual a todos tu inmerecida misericordia." [Śrīmad-Bhāgavatam 1.8.28] Si alguien, sin embargo, permaneciere para siempre alejado de Dios, no será venganza por parte de Él, sino siempre debido a una repetida libre elección del individuo. Sir William Jones, quien ayudó a dar a conocer la filosofía india en Europa, escribía así hace casi dos siglos: "No soy hindú, pero considero que la doctrina de los hindúes, concerniente a un futuro estado (reencarnación), es incomparablemente más racional, más piadosa, y más eficaz para apartar a los hombres del vicio, que las terribles opiniones, inculcadas por los cristianos, de castigos sin fin."

De acuerdo a la doctrina de la reencarnación, Dios reconoce y recuerda hasta una minúscula cantidad de bien realizado por una persona mala. Es raro que haya alguien un ciento por ciento malo. En consecuencia, si un ser viviente realiza siquiera un pequeṣo progreso espiritual, en la vida siguiente se le permite continuar a partir de ese punto. En el Bhagavad-gītā, el Seṣor dice a su discípulo Arjuna: "En esta tarea (la de hacerse consciente de Kṛṣṇa) no hay pérdida ni disminución, cualquier pequeṣo avance en este sendero, es una garantía frente a lo más temible de todo (el retorno a una forma subhumana en la vida siguiente)." El alma puede así desarrollar sus cualidades espirituales intrínsecas, a lo largo de muchas vidas, hasta que no tenga ya que reencarnar en un cuerpo físico, y retorne a su hogar originario en el mundo espiritual.

Esta es la extraordinaria bendición de la vida humana: la de que aun quien esté destinado a sufrir terriblemente por culpa de actos impíos, realizados en ésta o en previas vidas, puede, siguiendo el proceso para hacerse consciente de Kṛṣṇa, cambiar su karma. El alma en un cuerpo humano se encuentra en el punto medio de la evolución. En este punto el ser viviente puede elegir, ya sea la degradación, o la liberación del ciclo de las reencarnaciones.


NOTAS

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